EL HOMBRE DE OKINAWA
Este hombre de Okinawa -que sería artesano o agricultor- fue reclutado durante la II Guerra Mundial para defender un país que no era del todo el suyo. En la aldea quedaban su mujer y sus hijas. Por suerte, no fue destinado al frente, sino a servir al ejército como operario en una fábrica de armamento cercana a Tokyo. Pasaron los meses -o los años- y un día dejó de recibir cartas de su familia. Cuando terminó la guerra, se encontró con un paisano y le confirmó sus peores sospechas: su aldea había quedado totalmente arrasada y no había supervivientes. Allí, en mitad de una calle del Tokyo de posguerra, al mismo tiempo enviudó, perdió a sus hijas y se quedó huérfano.
El hombre de Okinawa decidió quedarse por la zona Tokyo: no tenía ningún sentido regresar a un lugar devastado por la guerra y ocupado por el enemigo cuando todos sus conocidos, amigos y familiares habían muerto. Encontró trabajo en la ciudad de Kawasaki. Pasaron los años, se casó, construyó una casa y formó una familia. Llevaba una vida normal, hasta que un día apareció su primera mujer con sus hijas: milagrosamente no habían muerto y lo estaban buscando desde que terminó la guerra.
Ante esta situación, el hombre de Okinawa, haciendo gala de un estoicismo oriental, decidió comprar un terreno y construir otra casa en la misma ciudad para su primera familia, y trabajar como un mulo para poder mantener a las dos. La mejor solución posible era repartirse: pasar unos días con una familia y otros con la otra. Las mujeres procuraban evitarse por todos los medios. Aún así, se cruzaban por la calle, o coincidían en el mercado; en las contadas ocasiones en que esto sucedía, se ignoraban.
Estas dos familias tienen ahora serios problemas legales con la herencia. Evidentemente, ninguna ley contempla todos los supuestos absurdos a los que puede conducir la guerra.
El hombre de Okinawa decidió quedarse por la zona Tokyo: no tenía ningún sentido regresar a un lugar devastado por la guerra y ocupado por el enemigo cuando todos sus conocidos, amigos y familiares habían muerto. Encontró trabajo en la ciudad de Kawasaki. Pasaron los años, se casó, construyó una casa y formó una familia. Llevaba una vida normal, hasta que un día apareció su primera mujer con sus hijas: milagrosamente no habían muerto y lo estaban buscando desde que terminó la guerra.
Ante esta situación, el hombre de Okinawa, haciendo gala de un estoicismo oriental, decidió comprar un terreno y construir otra casa en la misma ciudad para su primera familia, y trabajar como un mulo para poder mantener a las dos. La mejor solución posible era repartirse: pasar unos días con una familia y otros con la otra. Las mujeres procuraban evitarse por todos los medios. Aún así, se cruzaban por la calle, o coincidían en el mercado; en las contadas ocasiones en que esto sucedía, se ignoraban.
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5 Comments:
muy interesante
interesante historia! se hubieran ido a algun pais musulman y no hubiera habido problema
En mi profesión he visto cosas raras, pero nada como esta. La verdad que me ha impactado.
OFF TOPIC>>
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